Siento que todo se me escapa de las manos.
Siento que intento hacer las cosas bien, y nunca salen como esperaba; que mis fuerzas, mis ilusiones no son eternas, que se acaban, que están llegando a su tope. Todo el mundo dice que no dejemos de luchar, que sonriamos, que esperamos todo lo bueno que está por llegar...claro, eso lo dicen cuando un futuro esperanzador les espera a ellos. ¿Y yo qué tengo? ¿Y a mí qué me queda?
Ni siquiera puedo resistir estos 25 días lectivos que me quedan de clase, en total 150 horas, 9000 minutos, 540000 segundos...con mis compañeros de clase, con mis profesores, no puedo. No puedo resistir estos 7 días lectivos que me quedan en la escuela de idiomas, no puedo resistir hablar en francés y que cada dos palabras me corrijan, que un dichoso nudo en la garganta -que nunca me abandona- se apodere de mí, que me suden las manos, que tenga ganas de salir corriendo y nunca volver. No puedo creer que la mitad de mis planes para este verano se hayan esfumado para siempre, porque si hacía uno, no se cumplía, si hacía otro, tampoco...No puedo creer que tenga tantas ganas de acabar el curso, para luego pasarme todo el verano quejándome y lamentándome por no tener nada que hacer. ¡Pero es que no puedo más!
Parece que estoy destinada al fracaso, que ni siquiera una cosa puedo hacerla bien. Estoy harta de ir todos los días a clase y que allí se me ignore, o se me preste tanta atención que alguien acabe riéndose de mí y yo tenga que sacar a la persona que siempre escondo, a esa persona que es capaz de hacer daño a los demás con tal de que la dejen en paz, que es capaz de degradar a alguien con tal de que nunca más vuelvan a molestarla, algo relativo, ya que siempre vuelven las quejas, las risas, los comentarios, las miradas malintencionadas.
Estoy harta de darle pena a la gente, sé que mis sueños no se cumplen, pero hay veces que no puedo más, que necesito pasarme días encerrada en mi casa, odiándo a todo el mundo por ser más feliz que yo.
Odio a los adolescentes, odio sus comentarios jocosos...no puedes andar por la calle, tranquilamente, esperando que algo te ocurra para sonreír...para que pase a tu lado un grupo de adolescentes y te miren, y se rian a saber por qué estúpido motivo. Odio no saber ignorarles.
Estoy exhausta de tanta rutina, de que cada minuto de mi vida esté controlado por mí o por los demás; no soporto perder el autobús, que el conductor no me salude...pasarme todo un trayecto mirando al suelo, por no mirar a los ojos a los demás, con sus miradas reprochadoras...
Simplemente estoy harta de fingir quien no soy. Estoy harta de comprobar, que al comportarme como realmente soy, causo en los demás más rechazo que nunca, que me encuentro a cientos de kilómetros de quien me podría comprender, de gente a la que nunca conoceré. Estoy harta de quejarme, de lloriquear como una niña de cinco años, de no saber elegir un camino acertado...
Estoy cansada de las oportunidades perdidas.
Y simplemente quejarme, quejarme...
Siento que intento hacer las cosas bien, y nunca salen como esperaba; que mis fuerzas, mis ilusiones no son eternas, que se acaban, que están llegando a su tope. Todo el mundo dice que no dejemos de luchar, que sonriamos, que esperamos todo lo bueno que está por llegar...claro, eso lo dicen cuando un futuro esperanzador les espera a ellos. ¿Y yo qué tengo? ¿Y a mí qué me queda?
Ni siquiera puedo resistir estos 25 días lectivos que me quedan de clase, en total 150 horas, 9000 minutos, 540000 segundos...con mis compañeros de clase, con mis profesores, no puedo. No puedo resistir estos 7 días lectivos que me quedan en la escuela de idiomas, no puedo resistir hablar en francés y que cada dos palabras me corrijan, que un dichoso nudo en la garganta -que nunca me abandona- se apodere de mí, que me suden las manos, que tenga ganas de salir corriendo y nunca volver. No puedo creer que la mitad de mis planes para este verano se hayan esfumado para siempre, porque si hacía uno, no se cumplía, si hacía otro, tampoco...No puedo creer que tenga tantas ganas de acabar el curso, para luego pasarme todo el verano quejándome y lamentándome por no tener nada que hacer. ¡Pero es que no puedo más!
Parece que estoy destinada al fracaso, que ni siquiera una cosa puedo hacerla bien. Estoy harta de ir todos los días a clase y que allí se me ignore, o se me preste tanta atención que alguien acabe riéndose de mí y yo tenga que sacar a la persona que siempre escondo, a esa persona que es capaz de hacer daño a los demás con tal de que la dejen en paz, que es capaz de degradar a alguien con tal de que nunca más vuelvan a molestarla, algo relativo, ya que siempre vuelven las quejas, las risas, los comentarios, las miradas malintencionadas.
Estoy harta de darle pena a la gente, sé que mis sueños no se cumplen, pero hay veces que no puedo más, que necesito pasarme días encerrada en mi casa, odiándo a todo el mundo por ser más feliz que yo.
Odio a los adolescentes, odio sus comentarios jocosos...no puedes andar por la calle, tranquilamente, esperando que algo te ocurra para sonreír...para que pase a tu lado un grupo de adolescentes y te miren, y se rian a saber por qué estúpido motivo. Odio no saber ignorarles.
Estoy exhausta de tanta rutina, de que cada minuto de mi vida esté controlado por mí o por los demás; no soporto perder el autobús, que el conductor no me salude...pasarme todo un trayecto mirando al suelo, por no mirar a los ojos a los demás, con sus miradas reprochadoras...
Simplemente estoy harta de fingir quien no soy. Estoy harta de comprobar, que al comportarme como realmente soy, causo en los demás más rechazo que nunca, que me encuentro a cientos de kilómetros de quien me podría comprender, de gente a la que nunca conoceré. Estoy harta de quejarme, de lloriquear como una niña de cinco años, de no saber elegir un camino acertado...
Estoy cansada de las oportunidades perdidas.
Y simplemente quejarme, quejarme...